Siento el
peso del mundo en mis hombros con elefantes, tortugas gigantes y ese personaje
griego que no logro recordar. Ellos lo comparten y yo lo sostengo en forma de
tragedia familiar que por más burda y patética pesa lo mismo que la luna y me
siento rodeada de hipócritas y gentes inmorales y juego a avocarme a un estricto código moral que es imperfecto y no existe
porque ni yo que lo pensé califico, pero que aún así rige cada pensamiento que
surge en este cerebro y cada palabra que sale de esta bocota.
Son leyes
no escritas que en casos hipotéticos y de la puerta para afuera hacen de mí una
persona relajada pero adentro hay un tornado gestándose continuamente que cada
tanto y en las cosas más triviales deja escapar un poco de desastre en forma de
nubes oscuras y paralizadoras que pronto se transforman en un velo de ceguera
que les impide ver otra cosa.
Y duele por
incomprensión, ignorancia y brutalidad; se desangra por impotencia que
sobrepasa lo rayano y obliga a tragar vivas todas esas pequeñas corrientes de
viento-verdad que contribuirán a la tempestad.
Y por más
que en los pocos relatos de aventuras de mar que leí siempre aparezca el sol
por el este, por más que haya mil y una formas metafóricas diferentes para
decir que behind every cloud there’s a
silver lightning, la verdad es que esta tormenta se está volviendo cada vez
más grande y silenciosa, y empiezo a tener miedo de ahogarme en el camino.