jueves, 10 de mayo de 2012

Simbad el marino me gustaría ser


Siento el peso del mundo en mis hombros con elefantes, tortugas gigantes y ese personaje griego que no logro recordar. Ellos lo comparten y yo lo sostengo en forma de tragedia familiar que por más burda y patética pesa lo mismo que la luna y me siento rodeada de hipócritas y gentes inmorales y juego a avocarme a un estricto código moral que es imperfecto y no existe porque ni yo que lo pensé califico, pero que aún así rige cada pensamiento que surge en este cerebro y cada palabra que sale de esta bocota.
Son leyes no escritas que en casos hipotéticos y de la puerta para afuera hacen de mí una persona relajada pero adentro hay un tornado gestándose continuamente que cada tanto y en las cosas más triviales deja escapar un poco de desastre en forma de nubes oscuras y paralizadoras que pronto se transforman en un velo de ceguera que les impide ver otra cosa.
Y duele por incomprensión, ignorancia y brutalidad; se desangra por impotencia que sobrepasa lo rayano y obliga a tragar vivas todas esas pequeñas corrientes de viento-verdad que contribuirán a la tempestad.
Y por más que en los pocos relatos de aventuras de mar que leí siempre aparezca el sol por el este, por más que haya mil y una formas metafóricas diferentes para decir que behind every cloud there’s a silver lightning, la verdad es que esta tormenta se está volviendo cada vez más grande y silenciosa, y empiezo a tener miedo de ahogarme en el camino.