jueves, 23 de febrero de 2012

E-mail


De todas las cosas que alguna vez necesité o quise escribir, ésta es, por mucho, la más difícil. Y no precisamente porque me falten las palabras. Al contrario, me sobran - palabras, frases, consejos- un torbellino de ideas que se asoman en mi cabeza, que destila y destila para elegir aquellas que puedan hacer llegar un mensaje sin lastimar al que lo recibe.
Hay explicaciones que, desde luego, sería mucho mejor dar cara a cara. Sin embargo, siento que es mi responsabilidad aclarar ciertos puntos. No me siento cómoda con algunas palabras, así que vamos a dar por hecho que eso que pasó hace una semana se llama “el asunto”, ¿puede ser? Vos y yo sabemos más que bien de qué hablo, y espero puedas entender por qué necesito llamarlo de esa manera.
U-we-tsi-a-ge-ya es una palabra Cherokee utilizada para dirigirse a lo que ellos llaman “hija del corazón”, es decir, alguien muy cercano a uno mismo y, valga la redundancia, al propio corazón.
Aclarado eso, te digo: u-we-tsi-a-ge-ya, puedo entender que estés dolida. Puedo entender que estés ofendida, e incluso enojada, conmigo y con el resto, por haber mantenido el “asunto” en secreto. Si me hubieses mandado un e-mail diciéndome de todo menos linda, lo habría entendido también. Es más, creo que hasta me lo esperaba. Me sorprende que no hayas manifestado tu enojo, y también me preocupa, porque temo que estés guardándote más de lo que puedas aguantar.
Si querés reventar, hacelo. Si querés gritar al mundo entero que estás enojadísima, hacelo. Si querés llegar a Buenos Aires y empezar a repartir abrazos, hacelo también. Estás en todo tu derecho. Pero si vas a enojarte es muy importante que conozcas las razones por las que te ocultamos todo.
El fin de semana del “asunto”, esto fue un caos. Tranquilo por fuera, tormenta eléctrica por dentro. Mamá era la peor de todos. Estaba destrozada, como es lógico. Uno pensaría que con cosas así las ganas y la necesidad de acción habrían desaparecido. Pero no; había demasiada energía acumulada, demasiado dolor, que tenía que canalizarse por algún lado. ¿Podés adivinar cuál fue el escape? Sí, exacto. Ella no se tiene que enterar.  ¿Habría sido mejor hacerte llegar la noticia de inmediato, y hacerte volver? Con el tiempo y el paso de los años podremos juzgar si fue la decisión correcta o no, pero en el momento era lo único que parecía factible. Digamos, para poner en lenguaje burdo, que lo hecho, hecho estaba. Lo que pasó, pasó. El contarte en ese mismo momento, o cuando volvieras a Buenos Aires, no cambiaba nada en lo más mínimo, más que generarte una pena y un dolor que no íbamos a poder calmar ni curar debido a la distancia. Así que decidimos esperar.
O más bien mamá decidió esperar, y nosotros accedimos. Tendrías que haberla visto. Era un tornado de explicaciones y súplicas y porfavores para evitar que algún despistado publicara algo en Facebook o te dijera algo que te hiciera tan solo sospechar. Nos hizo prometer a todos los que manteníamos algún tipo de contacto con vos que no íbamos a decir absolutamente nada, por lo menos hasta que estuvieras en casa, safe and sound. Estuviéramos de acuerdo o no con su decisión, ella era dueña de la verdad- después de todo, era su papá antes que nada, ¿no?- y ella había resuelto que lo mejor era que te enteraras del “asunto” por medio de ella- de su boca- en el momento en el que te tuviera a mano para estrujarte y abrazarte, para consolarte y mandar la tristeza a volar. Nadie se atrevió a desafiarla, ni a romper esa promesa que se sentía casi tan fuerte como  el Juramento Inquebrantable de Harry Potter.
Espero de corazón, u-we-tsi-a-ge-ya, que este e-mail haya servido para que entiendas un poco más que lo único que buscábamos era cuidarte en lo que nos era posible-desde lejos y sin un número de teléfono al que llamar-, y que, si bien no vamos a quejarnos ni un poco ante la sarta de insultos y todo lo feo que quieras decirnos, tal vez no nos los merecemos tanto como el dolor te puede hacer pensar.

sábado 18 de febrero de 2012

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