De todas las cosas que alguna vez necesité o quise escribir,
ésta es, por mucho, la más difícil. Y no precisamente porque me falten las
palabras. Al contrario, me sobran - palabras, frases, consejos- un torbellino
de ideas que se asoman en mi cabeza, que destila y destila para elegir aquellas
que puedan hacer llegar un mensaje sin lastimar al que lo recibe.
Hay explicaciones que, desde luego, sería mucho mejor dar
cara a cara. Sin embargo, siento que es mi responsabilidad aclarar ciertos
puntos. No me siento cómoda con algunas palabras, así que vamos a dar por hecho
que eso que pasó hace una semana se llama “el asunto”, ¿puede ser? Vos y yo
sabemos más que bien de qué hablo, y espero puedas entender por qué necesito
llamarlo de esa manera.
U-we-tsi-a-ge-ya es
una palabra Cherokee utilizada para dirigirse a lo que ellos llaman “hija del
corazón”, es decir, alguien muy cercano a uno mismo y, valga la redundancia, al
propio corazón.
Aclarado eso, te digo: u-we-tsi-a-ge-ya,
puedo entender que estés dolida. Puedo entender que estés ofendida, e
incluso enojada, conmigo y con el resto, por haber mantenido el “asunto” en
secreto. Si me hubieses mandado un e-mail diciéndome de todo menos linda, lo
habría entendido también. Es más, creo que hasta me lo esperaba. Me sorprende
que no hayas manifestado tu enojo, y también me preocupa, porque temo que estés
guardándote más de lo que puedas aguantar.
Si querés reventar, hacelo. Si querés gritar al mundo entero
que estás enojadísima, hacelo. Si querés llegar a Buenos Aires y empezar a
repartir abrazos, hacelo también. Estás en todo tu derecho. Pero si vas a
enojarte es muy importante que conozcas las razones por las que te ocultamos
todo.
El fin de semana del “asunto”, esto fue un caos. Tranquilo
por fuera, tormenta eléctrica por dentro. Mamá era la peor de todos. Estaba
destrozada, como es lógico. Uno pensaría que con cosas así las ganas y la
necesidad de acción habrían desaparecido. Pero no; había demasiada energía
acumulada, demasiado dolor, que tenía que canalizarse por algún lado. ¿Podés
adivinar cuál fue el escape? Sí, exacto. Ella no se tiene que enterar. ¿Habría
sido mejor hacerte llegar la noticia de inmediato, y hacerte volver? Con el
tiempo y el paso de los años podremos juzgar si fue la decisión correcta o no,
pero en el momento era lo único que parecía factible. Digamos, para poner en
lenguaje burdo, que lo hecho, hecho estaba. Lo que pasó, pasó. El contarte en
ese mismo momento, o cuando volvieras a Buenos Aires, no cambiaba nada en lo
más mínimo, más que generarte una pena y un dolor que no íbamos a poder calmar
ni curar debido a la distancia. Así que decidimos esperar.
O más bien mamá decidió esperar, y nosotros accedimos.
Tendrías que haberla visto. Era un tornado de explicaciones y súplicas y
porfavores para evitar que algún despistado publicara algo en Facebook o te
dijera algo que te hiciera tan solo sospechar. Nos hizo prometer a todos los
que manteníamos algún tipo de contacto con vos que
no íbamos a decir absolutamente nada,
por lo menos hasta que estuvieras en casa, safe
and sound. Estuviéramos de acuerdo o no con su decisión, ella era dueña de
la verdad- después de todo, era su papá antes que nada, ¿no?- y ella había
resuelto que lo mejor era que te enteraras del “asunto” por medio de ella- de
su boca- en el momento en el que te tuviera a mano para estrujarte y abrazarte,
para consolarte y mandar la tristeza a volar. Nadie se atrevió a desafiarla, ni
a romper esa promesa que se sentía casi tan fuerte como el Juramento Inquebrantable de Harry
Potter.
Espero de corazón, u-we-tsi-a-ge-ya,
que este e-mail haya servido para que entiendas un poco más que lo único que
buscábamos era cuidarte en lo que nos era posible-desde lejos y sin un número
de teléfono al que llamar-, y que, si bien no vamos a quejarnos ni un poco ante
la sarta de insultos y todo lo feo que quieras decirnos, tal vez no nos los
merecemos tanto como el dolor te puede hacer pensar.
sábado 18 de febrero de 2012
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