Un día me desperté para descubrir que
los espejos habían cambiado. Nunca supe por qué, es más, creo que nadie
lo sabe aún. Pero de algo estábamos todos seguros: los espejos, aún
siendo simples objetos inanimados, habían modificado la forma en que
percibían el mundo.
Esa lluviosa
mañana me paré frente al espejo y me llevé una gran sorpresa: me estaba
devolviendo un reflejo que no era el mío, o por lo menos no el que yo
tenía como propio. No supe qué pensar. Miré por la ventana, y vi que el
mundo estaba en caos. Al parecer, mi espejo no era el único que fallaba.
La gente corría por las calles sin control. Todos estaban asustados. Se
habían mirado al espejo y no se habían reconocido.
En
un inútil intento por comprender, volví a inspeccionar esa imagen que
era yo, pero no era yo, y mi espejo me habló sin palabras.
-Ya no veo lo que tienes- me dijo-, sino lo que eres.
-No comprendo- le dije.
-Es más que simple- me respondió. Esperé a que continuara con su explicación, pero, en vez de hacerlo, me hizo una pregunta.
-¿Sabes por qué todo está en desorden?
-¿Porque la gente está asustada?- respondí con vacilación.
-Algo así. ¿Y sabes por qué?- volvió a preguntarme. Pensé un momento lo que iba a decir antes de responder.
-Porque... ¿no reconocen sus reflejos?
-¡Exacto! Sin embargo, como te habrás dado cuenta, no todos corren. Y sabes el porqué, ¿verdad?
-Creo que sí...- contesté sin mucha convicción. Era una idea peligrosa, y después de todo, no sabía si era acertada o no.
Me
miró dudar un largo rato, y decidió que era hora de contarme una
historia. Así fue como mi espejo me relató uno de mis libros favoritos. Y
a pesar de lo extraordinario de la situación, recordé la historia de Kumelén como nunca antes, y comprendí muchas cosas.
La
vida es un camino repleto de oportunidades. Para algunos es un camino
largo, para otros no tanto. Para algunos es estable y constante, y para
otros es tortuoso y difícil de transitar. Algunos recorren el camino
entero sin un hombro en el que apoyarse, mientras otros encuentran su
fiel compañía apenas lo empiezan.
No hay un master plan
para caminar el camino, y esto es lo que lo hace tan alucinante; tener
que inventar tu propia trayectoria es el mayor desafío que existe, sobre
todo cuando hay tantas huellas que resulta casi imposible encontrar un
lugar que nadie haya pisado. En el camino cada uno hace lo que puede, e
improvisa a su manera. Pero hay algo que es común a todos los caminos,
sin importar cuán diferentes hayan sido.
Todos
los caminos conducen al mismo lugar- todos tienen el mismo final. En
este último tramo hay un espejo que, como el mío, tiene otra
perspectiva. Sin embargo, el gran espejo es mucho más intenso. Al
enfrentarlo, uno deja de ver un cabello castaño, o unos ojos color
ámbar, o una ropa de cierta marca; para ver a un ser valiente, o amable,
o egoísta, o cálido, o infame. Frente a él, lo que tenemos desaparece
por completo, y lo que somos toma la forma de nuestros sueños- o
pesadillas.
-¿Entiendes ahora por qué el mundo enloqueció?- me preguntó el espejo, despertándome de mi letargo pensativo.
-Sí- respondí. Ya estaba segura.
Ya
había comprendido que enfrentar al gran espejo es la última gran
aventura, la última tarea, la que comprueba si tu camino ha sido
suficientemente bueno o no.
Aquellos
que malgastan su camino, dejando pasar oportunidades, aquellos que
caminan con objetivos deshonestos, aquellos codiciosos e impacientes...
todos ellos se desmoronan ante el gran espejo, porque lo que ven no les
dejará dormir: el reflejo de su interior, rojo como la sangre, negro
como la más densa oscuridad.
Por
eso es importante andar un buen camino: dar lo mejor de uno, caminar con
otros de frente, sin intenciones ocultas; con dignidad, para que el día
de mañana otras personas puedan seguir tu huella, y vivir una vida
honrada y satisfactoria. Así, cuando llegue el final del camino, uno
podrá pararse frente al espejo y desnudarse ante él; mirar hacia atrás,
ver las huellas que dejó, y sentirse orgulloso de ellas; y, al mirar
hacia adelante, ver el nuevo reflejo y pensar:
-Ésto es lo que siempre quise ser.
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