sábado, 3 de noviembre de 2012

De las cinco maravillas o Alicia en el país de los sentidos




Cerrar los ojos, o mejor abrirlos, y perderse en un país tan maravilloso como el de Alicia, e incluso aún más absurdo.
Respirar hondo, y adentrarse en el bosque con Tweedledee y Tweedledum, tercos y retorcidos, y enseñarles a admirar y asombrarse de todo lo que los rodea; desde los tímidos pájaros-pala hasta los ruidosos patos-bocina.
Extender los brazos, y con un pincel de arcoíris decorar todas las rosas del reino de la Reina Roja, y lo mismo con todos los días del año.
Liberar los oídos, y buscar el silencioso e invisible andar del gato de Cheshire; que un poco de acertijo y sonrisa misteriosa nunca le hacen mal a nadie.
Abrir la boca, arriesgarse y comer de lo que diga eat me  y beber de lo que diga drink me; y disfrutar de la retorcida retórica de la oruga azul y su imperdonable who are you? que le carcomerá la cabeza a esta tocaya durante años y hoy más que nunca.
Aprender a ver sabores, oler sonidos, tocar olores, saborear texturas y escuchar colores; a rasgar las cuerdas de un piano y jugar con las teclas de una guitarra mientras el Jabberwocky toma el té con el sombrerero loco y el frenético conejo blanco se toma cinco minutos para leer la triste historia de la morsa y el carpintero estafadores de ostras; así todo se cruza y entrecruza, en un telar donde un millón de hilos multicolores persiguen complicadísimas causalidades que los llevan a ser hoy lo que son hoy, y mañana lo que serán mañana.

¿Qué serán? ¿Quién sabe? Nadie sabe.

Abrir la cabeza, usar la cabeza y perder la cabeza. Veinte segundos, un rapto de locura y todo pasa, todo cambia. Hacer esto ahora, esto otro después, dejar esto otroso para ayer; nadar por las nubes y volar por el fondo del mar: que nada te detenga, que nada te desvíe, solo vos. Por algo hablamos de hilos y no de rieles de tren- el hilo es maleable, moldeable, estirable, retorcible y doblable(y si estirable, retorcible y doblable no son palabras reales o no lo parecen, ¡pum! Ya las inventé)

¿Qué pasa si de tanto uso el hilo se desgasta y se rompe?
Bueno, en ese caso espero que sepas
tomar los dos extremos rotos
atarlos en un nudo marinero- o capitán o timonel, si te apetece
y a seguir avanzando.

“Están en un País de las Maravillas,
soñando mientras los días pasan,
soñando mientras los veranos mueren.

Siempre boyando corriente abajo,
demorándose en el fulgor dorado.
¿Qué es la vida, si no un sueño?”

¡Despertar!

sábado, 21 de julio de 2012

Soy

Soy etérea, volátil e invisible. Soy una nube entre muchas otras, liviana y gris-blanca. Soy una suave brisa de verano en medio del invierno, una corriente de aire tibio que no encuentra su lugar. Soy el polen desprendido de una flor que creció torcida y con poca agua. Soy un esponjoso diente de león separado de los demás por una ráfaga tormentosa. Soy un bastón olvidado, venido a menos y un poco roto. Soy un aroma pasado de moda, un perfume que ya no se siente. Soy una mirada al pasar en el colectivo o en la calle; soy un encuentro fugaz en el tren. Soy un poema apurado escrito en una servilleta de café. Soy una amenaza de beso, de esos que no fueron pero aún así queman. Soy un mar de amor, o tal vez no. Soy zapatos gastados de tanto caminar. Soy camino; soy pasos errantes, ligeros y agigantados. Soy noches largas sin cielo, y un sol radiante que ilumina todas las hamacas y montañas rusas del mundo. Soy cañones de flores que derriban paredes de ladrillo. Soy agua que corre hacia destinos que no conoce, pero corre sin miedo. Soy pensamiento, respiración y vuelo. Soy canción de cuna, una guitarra que suena despacito pero se hace oír. Soy electricidad en el aire. Soy una mariposa que se posa en tu mano delicada cuando menos lo esperás. Soy una voz grave y rasposa que canta las mejores canciones de amor. Soy paz interior y luz salpicada de colores. Soy paredes pintarrajeadas por niños inocentes. Soy sueño apacible. Soy lluvia que repica en la ventana, mientras vos te sentás frente a una caldeante chimenea con un vaso en la mano.
 Soy tranquilidad; soy alma en calma. Soy libertad.

jueves, 10 de mayo de 2012

Simbad el marino me gustaría ser


Siento el peso del mundo en mis hombros con elefantes, tortugas gigantes y ese personaje griego que no logro recordar. Ellos lo comparten y yo lo sostengo en forma de tragedia familiar que por más burda y patética pesa lo mismo que la luna y me siento rodeada de hipócritas y gentes inmorales y juego a avocarme a un estricto código moral que es imperfecto y no existe porque ni yo que lo pensé califico, pero que aún así rige cada pensamiento que surge en este cerebro y cada palabra que sale de esta bocota.
Son leyes no escritas que en casos hipotéticos y de la puerta para afuera hacen de mí una persona relajada pero adentro hay un tornado gestándose continuamente que cada tanto y en las cosas más triviales deja escapar un poco de desastre en forma de nubes oscuras y paralizadoras que pronto se transforman en un velo de ceguera que les impide ver otra cosa.
Y duele por incomprensión, ignorancia y brutalidad; se desangra por impotencia que sobrepasa lo rayano y obliga a tragar vivas todas esas pequeñas corrientes de viento-verdad que contribuirán a la tempestad.
Y por más que en los pocos relatos de aventuras de mar que leí siempre aparezca el sol por el este, por más que haya mil y una formas metafóricas diferentes para decir que behind every cloud there’s a silver lightning, la verdad es que esta tormenta se está volviendo cada vez más grande y silenciosa, y empiezo a tener miedo de ahogarme en el camino.

jueves, 12 de abril de 2012

Almeja

Flores bobas por toda la hoja,
el corazón abierto sobre la mesa.
Un nudo que impide hablar,
otro impide pensar, y otro
me pinta una sonrisa falsa
que me deschava en un instante.

Me río, sonrío, frunzo el ceño, suspiro.
Tomo agua; más flores y garabatos,
para evitar decir lo que muero por gritar.
No tiene sentido, no cierra;
no puede ser.
¿Qué importa? ¿Qué tiene que ver?
Nada, nada, nada.
Son solo flores en papel.

De secretos y cadencias

La mente, al igual que la tierra, es un pseudo universo rebosante de secretos. Y es costumbre del hombre investigar, cuestionar, y hasta develar esos secretos, sin darle importancia al desorden que se deja atrás. Porque es de creencia popular que está en el orden natural de las cosas la iniciativa de volver todo a su lugar- original o correspondiente, según sea el caso.
Pero a veces sucede que hay verdades cuya fuerza es mayor a la que uno puede soportar, y el sistema- por más fuerte que haya sido- se colapsa y derrumba en un instante.
Hay secretos que pueden, a simple vista, significar tanto (o tan poco) como una nota equivocada en una melodía; pero si se mira en perspectiva puede que esa nota demás, ese secreto demás, eche a perder la cadencia casi perfecta de una melodía que ya no puede recuperarse.
Hay ciertas cosas que no deben ser pensadas. Ciertos secretos sobre los que no se debe ahondar, y ciertas verdades- ajenas o propias- que sería mejor que permanezcan enterradas muy, muy profundo.
1-03-2012

martes, 20 de marzo de 2012

Arde Troya


Arde Troya y no hay escapatoria y los niños de mi mente huyen despavoridos pero la avalancha los persigue y los persigue, y el día a día ya no es suficiente y me encuentro volando en un mundo de fantasía donde todo es perfecto y soy mil veces feliz.
Vuelo queriendo encontrar la respuesta a preguntas que no entiendo, que no sé, pero mis alas se cansan y están hartas de todo y de nada a la vez.
Quiero viajar recorrer ver descubrir indagar estudiar comparar forjar recordar en retina, foto, video y palabra, conocer comprobar y remar; aprender a amar, comprender y aceptar que no todo es tal cual te lo pintan, que lo cierto no siempre es real y que la verdad puede ser un desierto.
Y por más que Serrat diga que nunca es triste, la verdad puede doler más que golpear un mueble con los dedos del pie, y es aún más difícil de ver y admitir que esas cosas tan obvias que uno pasa por alto por diferentes motivos. En algo tiene razón y es en que no tiene remedio y por eso disfruto pintándola del color que más me guste en ese minuto, pero eso no hace más que mal.
Porque la verdad no tendrá remedio pero es remedio; y la prefiero como Thoureau- antes que amor, que dinero, que fe, que fama y que justicia. 
Denme verdad, qué dolerá y mucho pero solo una vez. Denme verdad, que prefiero mil veces un baldazo de agua helada al calor infartante de una mentira en la cara.

jueves, 23 de febrero de 2012

E-mail


De todas las cosas que alguna vez necesité o quise escribir, ésta es, por mucho, la más difícil. Y no precisamente porque me falten las palabras. Al contrario, me sobran - palabras, frases, consejos- un torbellino de ideas que se asoman en mi cabeza, que destila y destila para elegir aquellas que puedan hacer llegar un mensaje sin lastimar al que lo recibe.
Hay explicaciones que, desde luego, sería mucho mejor dar cara a cara. Sin embargo, siento que es mi responsabilidad aclarar ciertos puntos. No me siento cómoda con algunas palabras, así que vamos a dar por hecho que eso que pasó hace una semana se llama “el asunto”, ¿puede ser? Vos y yo sabemos más que bien de qué hablo, y espero puedas entender por qué necesito llamarlo de esa manera.
U-we-tsi-a-ge-ya es una palabra Cherokee utilizada para dirigirse a lo que ellos llaman “hija del corazón”, es decir, alguien muy cercano a uno mismo y, valga la redundancia, al propio corazón.
Aclarado eso, te digo: u-we-tsi-a-ge-ya, puedo entender que estés dolida. Puedo entender que estés ofendida, e incluso enojada, conmigo y con el resto, por haber mantenido el “asunto” en secreto. Si me hubieses mandado un e-mail diciéndome de todo menos linda, lo habría entendido también. Es más, creo que hasta me lo esperaba. Me sorprende que no hayas manifestado tu enojo, y también me preocupa, porque temo que estés guardándote más de lo que puedas aguantar.
Si querés reventar, hacelo. Si querés gritar al mundo entero que estás enojadísima, hacelo. Si querés llegar a Buenos Aires y empezar a repartir abrazos, hacelo también. Estás en todo tu derecho. Pero si vas a enojarte es muy importante que conozcas las razones por las que te ocultamos todo.
El fin de semana del “asunto”, esto fue un caos. Tranquilo por fuera, tormenta eléctrica por dentro. Mamá era la peor de todos. Estaba destrozada, como es lógico. Uno pensaría que con cosas así las ganas y la necesidad de acción habrían desaparecido. Pero no; había demasiada energía acumulada, demasiado dolor, que tenía que canalizarse por algún lado. ¿Podés adivinar cuál fue el escape? Sí, exacto. Ella no se tiene que enterar.  ¿Habría sido mejor hacerte llegar la noticia de inmediato, y hacerte volver? Con el tiempo y el paso de los años podremos juzgar si fue la decisión correcta o no, pero en el momento era lo único que parecía factible. Digamos, para poner en lenguaje burdo, que lo hecho, hecho estaba. Lo que pasó, pasó. El contarte en ese mismo momento, o cuando volvieras a Buenos Aires, no cambiaba nada en lo más mínimo, más que generarte una pena y un dolor que no íbamos a poder calmar ni curar debido a la distancia. Así que decidimos esperar.
O más bien mamá decidió esperar, y nosotros accedimos. Tendrías que haberla visto. Era un tornado de explicaciones y súplicas y porfavores para evitar que algún despistado publicara algo en Facebook o te dijera algo que te hiciera tan solo sospechar. Nos hizo prometer a todos los que manteníamos algún tipo de contacto con vos que no íbamos a decir absolutamente nada, por lo menos hasta que estuvieras en casa, safe and sound. Estuviéramos de acuerdo o no con su decisión, ella era dueña de la verdad- después de todo, era su papá antes que nada, ¿no?- y ella había resuelto que lo mejor era que te enteraras del “asunto” por medio de ella- de su boca- en el momento en el que te tuviera a mano para estrujarte y abrazarte, para consolarte y mandar la tristeza a volar. Nadie se atrevió a desafiarla, ni a romper esa promesa que se sentía casi tan fuerte como  el Juramento Inquebrantable de Harry Potter.
Espero de corazón, u-we-tsi-a-ge-ya, que este e-mail haya servido para que entiendas un poco más que lo único que buscábamos era cuidarte en lo que nos era posible-desde lejos y sin un número de teléfono al que llamar-, y que, si bien no vamos a quejarnos ni un poco ante la sarta de insultos y todo lo feo que quieras decirnos, tal vez no nos los merecemos tanto como el dolor te puede hacer pensar.

sábado 18 de febrero de 2012

Deseo de cosas imposibles

"Me callo porque es más cómodo engañarse, 
 me callo porque ha ganado la razón al corazón."

A veces me gustaría no ser yo. Ser otra, para poder deshacerme de esta curiosidad morbosa que tantos problemas me trajo. Siempre fui proclive a morder la maldita manzana prohibida. A querer descubrir lo que no me correspondía saber. Lo que no me convenía saber.
Y claramente se caía de maduro que, cuando nos dijeron que se iban a separar, no me iba a conformar con un "no sabemos por qué, pero las cosas son así". Siempre hay un porqué, aunque esté oculto en lo más recóndito del más oscuro cajón. En casos como estos, tiene que haber una razón. No pueden acercarse y decirnos que se van a separar porque sí- porque me creiaron para querer saber siempre más. 
Conociéndome, y conociendo mi naturaleza curiosa, deberían haber sido mil veces más cautelosos. Un millón de veces más. Porque nunca los escuché discutir, nunca los escuché pelearse, ni gritar. Nunca los vi mirarse de mal modo, y los desacuerdos nunca pasaron el nivel que traían desde que tengo memoria. Sin embargo, se ve que en algún punto del camino las articulaciones se gastaron, la paciencia se acabó. Tal vez lo venían acumulando desde hace tiempo, y justo ahora la válvula de seguridad se rompió. Da igual el resultado fue el mismo. Después de una noche de domingo repleto de insensibilidad robótica, se fue. Y no volvió. Y no volvió. Y no volvió. Y no volvió. 
Y yo ya no sabía cómo comerme la cara en el colegio. Siempre había llegado 7:27 puntual, con un "Bueeenas" medio cantado y una sonrisa radiante que daba la bienvenida a ese nuevo día. No es por alabarme, pero era un ánimo contagioso. Y no podía cambiarlo de un día para el otro. Llegar triste, con cara larga, de mal humor, implicaría una victimización y todo un coro de "¿Estás bien?" y "¿Te pasa algo?" que ni eran sentidos ni me interesaba contestar. 
Así, cada lágrima no derramada y cada palabra no dicha se transformaron en ladrillos de hierro con los que construí mi máscara. Ya nada me afecta, ya nada me importa, por lo menos en la superficie. Ese domingo fue, si la memoria no me engaña, la última vez que lloré. 
Al fin de semana siguiente volvió. El recuerdo todavía está latente. Iba a pasar sábado, domingo, y lunes, que era feriado; y se iba a ir de nuevo. Llegó el lunes a la noche, y no se fue. Martes, lo mismo. Miércoles, Jueves. Llegó el viernes y yo ya no sabía si era una cargada o estaban estrujándonos la mente en venganza por todos los malos ratos que les habíamos hecho pasar desde el nacimiento. No sé. Lo que sí sé es que dos semanas después de anunciado el cataclismo, nos decian que no se iba a ir mucho, que se iba a quedar, como se supone que debe ser. 
Con tantas idas y venidas, mi vida ya se parecía a una de esas telenovelas de las tres de la tarde, y yo necesitaba explicaciones. Moría porque alguien me explicara qué carajo estaba pasando; que me aclararan aunque sea unas pocas dudas. Un instinto felino se lamentaba en mi interior, arañando cada fibra y cada nervio, hambriento de algo más que anuncios y excusas absurdas. Sus uñas afiladas amenazaban con desgarrar mi compostura y dejar escapar un grito que, más que a un gato, pertenecía a un león enfurecido. Pero no; tenía que seguir mordiéndome la lengua, sosteniendo esa máscara de hierro que cada vez pesaba más.
Lo conté. Dos veces conté la historia, dos veces me choqué contra una pared. No culpo a nadie más que a mi falta de habilidad para hablar, pero no supe encontrar un receptor que me calmara. Falta de tacto, preguntas insensibles y dolorosas; decidí callarme una vez más.
Me callé angustias, desvelos, enojos, penas, ataques, furias, dolores, intrigas, desazones, preguntas, comentarios, sensaciones, sentimientos. Todo eso y más- y a qué precio. Me volví melancólica, irritable. De a poco el hierro se fundía, la máscara se deshacía. Y me di cuenta que lo que me pasaba no era, a ojos de los demás, tan importante. Nadie se preocupó.
Remaba como podía, pero mi bote amenazaba cada vez más con darse vuelta. Me ahogaba con el aire, con el agua que tomaba, con canciones que entraban por la garganta en vez de los oídos, con palabras más largas que desoxirribonucleico y con sentimientos que ni Shakespeare y su escribir tortuoso pueden definir. Iba en picada. Caída libre a muchos kilómetros por hora.
Un día desafortunado leí algo aún más desafortunado que, como dije antes, ni me correspondía ni me convenía, para mi salud mental, leer. Leí lo prohibido, un poco por mea culpa y otro poco por la suya, por su descuido, pero leí. Y mi gato ya no arañaba ni mordía. Estaba muerto, y lo había matado- respetemos el cliché- la curiosidad.
Inmediatamente se fortaleció la la máscara, con el cemento de la decepción. Y me hice fuerte. Por ella, que jamás debía enterarse de lo que yo me enteré. Por ella, que jamás debe enterarse. Por ella, que nunca va a enterarse, porque le rompería el corazón.
Si desde un principio lo hablamos poco, a partir de este episodio se cortó toda comunicación con respecto al tema. A ella todo la había afectado peor que a mí. No sé si es porque es más chica, o porque siempre se sintió más parte de esta familia que yo. Pero saber lo mismo que yo de seguro le partiría el alma; y no estaba segura si, una vez abiertos los corazones, iba a ser capaz de tragarme la cruda verdad.
La alejé, la bloqueé por lo que, solía pensar, sería su propio bien. Ahora no estoy tan segura de que haya sido lo correcto. Me abrieron los ojos, y tal vez dejarla sufrir en solitario no haya sido lo mejor.
Pero por más que busco y busco la manera de que me abra la puerta; o me rechaza o vacilo a último momento y me voy. Y ya no sé qué más hacer. Hablar, es claro que no puedo; y cada vez que me siento a escribir, mis pensamientos vuelan a una realidad paralela en la que sin querer cuento más de lo necesario, y Troya arde por segunda vez.

Cómo me gustaría volver el tiempo atrás. Volver a ese día, y cerrar ese e-mail antes de poder leerlo. Antes de ver como Sodoma y Gomorra caen; antes de convertirme en una estatua de sal, que no puede permitirse llorar porque se desharía. Para poder ser la hermana que debería haber sido, la que debo ser, la que quiero ser. Para poder mirar a mis viejos con, aunque sea, el poco respeto que me quedaba por ellos, y no con los vestigios de vergüenza, asco y cólera extrema que siento cada vez que pretenden actuar como padres responsables e imponer su autoridad sobre mí.
Pero es algo que no va a suceder. No tengo máquina del tiempo, ni poderes sobrenaturales. Solo me queda este deseo imposible de que algún día pueda olvidarme de todo esto y volver a la normalidad tediosa y a la rutina que tanto odiaba; y que ahora no hago más que extrañar.

Domingo 13 de Noviembre, 2011

Espejos

Un día me desperté para descubrir que los espejos habían cambiado. Nunca supe por qué, es más, creo que nadie lo sabe aún. Pero de algo estábamos todos seguros: los espejos, aún siendo simples objetos inanimados, habían modificado la forma en que percibían el mundo.
Esa lluviosa mañana me paré frente al espejo y me llevé una gran sorpresa: me estaba devolviendo un reflejo que no era el mío, o por lo menos no el que yo tenía como propio. No supe qué pensar. Miré por la ventana, y vi que el mundo estaba en caos. Al parecer, mi espejo no era el único que fallaba. La gente corría por las calles sin control. Todos estaban asustados. Se habían mirado al espejo y no se habían reconocido. 
En un inútil intento por comprender, volví a inspeccionar esa imagen que era yo, pero no era yo, y mi espejo me habló sin palabras.
-Ya no veo lo que tienes- me dijo-, sino lo que eres.
-No comprendo- le dije.
-Es más que simple- me respondió. Esperé a que continuara con su explicación, pero, en vez de hacerlo, me hizo una pregunta.
-¿Sabes por qué todo está en desorden?
-¿Porque la gente está asustada?- respondí con vacilación.
-Algo así. ¿Y sabes por qué?- volvió a preguntarme. Pensé un momento lo que iba a decir antes de responder. 
-Porque... ¿no reconocen sus reflejos?
-¡Exacto! Sin embargo, como te habrás dado cuenta, no todos corren. Y sabes el porqué, ¿verdad?
-Creo que sí...- contesté sin mucha convicción. Era una idea peligrosa, y después de todo, no sabía si era acertada o no. 
Me miró dudar un largo rato, y decidió que era hora de contarme una historia. Así fue como mi espejo me relató uno de mis libros favoritos. Y a pesar de lo extraordinario de la situación, recordé la historia de Kumelén como nunca antes, y comprendí muchas cosas. 
La vida es un camino repleto de oportunidades. Para algunos es un camino largo, para otros no tanto. Para algunos es estable y constante, y para otros es tortuoso y difícil de transitar. Algunos recorren el camino entero sin un hombro en el que apoyarse, mientras otros encuentran su fiel compañía apenas lo empiezan. 
No hay un master plan para caminar el camino, y esto es lo que lo hace tan alucinante; tener que inventar tu propia trayectoria es el mayor desafío que existe, sobre todo cuando hay tantas huellas que resulta casi imposible encontrar un lugar que nadie haya pisado. En el camino cada uno hace lo que puede, e improvisa a su manera. Pero hay algo que es común a todos los caminos, sin importar cuán diferentes hayan sido.
Todos los caminos conducen al mismo lugar- todos tienen el mismo final. En este último tramo hay un espejo que, como el mío, tiene otra perspectiva. Sin embargo, el gran espejo es mucho más intenso. Al enfrentarlo, uno deja de ver un cabello castaño, o unos ojos color ámbar, o una ropa de cierta marca; para ver a un ser valiente, o amable, o egoísta, o cálido, o infame. Frente a él, lo que tenemos desaparece por completo, y lo que somos toma la forma de nuestros sueños- o pesadillas.
-¿Entiendes ahora por qué el mundo enloqueció?- me preguntó el espejo, despertándome de mi letargo pensativo.
-Sí- respondí. Ya estaba segura.
Ya había comprendido que enfrentar al gran espejo es la última gran aventura, la última tarea, la que comprueba si tu camino ha sido suficientemente bueno o no. 
Aquellos que malgastan su camino, dejando pasar oportunidades, aquellos que caminan con objetivos deshonestos, aquellos codiciosos e impacientes... todos ellos se desmoronan ante el gran espejo, porque lo que ven no les dejará dormir: el reflejo de su interior, rojo como la sangre, negro como la más densa oscuridad.
Por eso es importante andar un buen camino: dar lo mejor de uno, caminar con otros de frente, sin intenciones ocultas; con dignidad, para que el día de mañana otras personas puedan seguir tu huella, y vivir una vida honrada y satisfactoria. Así, cuando llegue el final del camino, uno podrá pararse frente al espejo y desnudarse ante él; mirar hacia atrás, ver las huellas que dejó, y sentirse orgulloso de ellas; y, al mirar hacia adelante, ver el nuevo reflejo y pensar:
-Ésto es lo que siempre quise ser.
 

viernes 4 de noviembre de 2011

 

domingo, 19 de febrero de 2012

Cada vez que toco un poco fondo

-Una semana-dijiste-. Dos, tres.
Así como si nada. Como si fuera poco. Como si no significara nada.
-Capaz tres, cuatro.
Como si nada.
¿El corazón? ¿Lo perdiste? ¿Lo guardaste en un cajón? ¿Lo diste de baja? Sea como sea, no está.
Venís, te sentás en el piso de mi cuarto. Me anticipás. Como si supieras que, de estar en otro lado, mi primer impulso sería correr a refugiarme acá.
Me cortás la única salida fácil. Y yo escribo pelotudeces.
Los odio.
Los amo.
Me matan.
Me muero.
Quiero escaparme. Pienso en tomarme el vodka que tengo escondido, ese que sobró de Bariloche y que tantas cosas escuchó. Pienso en hablar con mi oso, pedirle que me consiga un faso. En cortarme las venas no, eso no sirve. Irme al carajo (literal o metafóricamente), sí. Lastimarme, no.
Desvarío otra vez.
Siempre odié ser muy inteligente. (No, creéme, ahora no desvarío ni me agrando). Bah, capaz concienzuda se la mejor palabra. Tengo la conciencia muy consciente. O sea.
Y siempre lo odié. Porque miro tanto los dos lados de las cosas que ni siquiera puedo enojarme. Como ahora.
Un lado de mí, el animal, está que hecha humo. Quiere romper todo, mandar todo a la mierda. El otro lado es el que no me deja llorar, el que me hace estar acá, semi acostada escribiendo toda esta sarta de pelotudeces en un diario regalado. El lado que me quiere hacer creer que tal vez esto sea lo mejor.
Bullshit. No hay forma de que sea lo mejor.
Pero mi lado analítico piensa que sí. Por ende la mitad de mí piensa lo mismo.
Soy mitad análisis, mitad sentir. Exactamente.
Y no sé qué más escribir, pero me saca.
Uno se sienta en el piso y me habla como un robot, como si nada.
-Una bip semana bip tal bip vez bip dos bip bip bip.
Tal vez un mes bip.
Tal vez para siempre bip.
Tal vez no puedo escucharte más bip.
Tal vez me voy corriendo al baño bip.
Tal vez lloro bip.
Tal vez mamá me abraza bip.
Tal vez querés seguir hablando bip.
Tal vez te mando a la mierda bip.
Tal vez mañana te extrañe bip.
Tal vez quiera darte un abrazo bip.
O tal vez una piña a ver si reaccionás y la cortás con el discursito de morondanga que ya no soporto y me da ganas de matarte bip.
Yo sabía bip.
Y cuando parece que todo está tranquilo, bip bip bip bip vuelve el robot al ataque, bipsiguiendo con su bipdiscurso bippatético. Bullbipshit.

domingo 18 de septiembre de 2011

viernes, 10 de febrero de 2012

En la cuerda floja

     Cuando una guitarra se desafina, uno puede hacer dos cosas: afinarla otra vez, o dejarla como está. Si se la deja desafinada, es posible seguir tocando, sí, pero la armonía de las cuerdas combinadas se corrompería, y el sonido sería impuro. Al afinarla, todos los problemas desaparecerán... por un tiempo.
     Pero si las cuerdas se rompen, se cortan, las soluciones son muy diferentes. Como primera, y más simple, pueden cambiarse. Tal vez sólo la que se rompió, o tal vez todas, ya que estamos- para que estén todas nuevitas, ¿no?
     Segundo, aunque no estoy tan segura de que sea posible, supongamos que una cuerda rota puede arreglarse, pegarse con La Gotita, unirse con un nudo, un pedacito de chicle, lo que sea. Definitivamente el resultado será frágil, un mero reflejo de lo que fue. Pero tal vez por cariño a esa vieja guitarra y esas viejas cuerdas que te acompañaron tantos años, decidís intentarlo. Al fin y al cabo, una cuerda arreglada siempre será mejor  que una rota.
     Y como tercera opción, podés tomar la guitarra, observarla un largo rato; y preguntarte por qué carajo te preocupas tanto por el estúpido instrumento si, después de todo, ya no te interesa tanto.
     Tenés la guitarra, tenés las opciones. Tu cuerda está rota. ¿Qué vas a hacer?